La leyenda cuenta que cuando se puso en marcha Arpanet, la primera red que conectó a la Universidad de Stanford con la de Universidad de California en Los Ángeles, los estudiantes de Harvard y la Universidad Tecnológica de Massachusetts protestaron en 1969 contra la primera versión de Internet porque tenían el conocimiento, a través de un profesor del Instituto Tecnológico de Massachusetts que había participado en el proyecto, de que esta red sería utilizada como una base de datos de personas y movimientos políticos por parte de las distintas agencias del gobierno de Estados Unidos.
Según el autor del libro Surveillance Valley, Yasha Levine, los estudiantes tomaron sus universidades porque entendían que Internet sería utilizado para vigilar las vidas de buena parte de la comunidad universitaria, involucrada en movimientos políticos y de derechos civiles, porque por primera vez, por ejemplo, agencias como el FBI podrían intercambiar datos sobre personas, en tiempo real, con otras agencias en vez de perder tiempo en monumentales archivos de carpetas, microfilms y legajos ordenados en sus oficinas.
Los estudiantes del MIT y Harvard, además, sabían que proyectos tecnológicos como Internet y las computadoras habían sido largamente financiados por 15 años por el Pentágono, en su primer momento para diseñar un protocolo de red que fuera descentralizado y sobreviviese a un ataque nuclear. El proyecto original, paradójicamente, congeniaba a un grupo de científicos con ideas utópicas de que Internet fuese una especie de nuevo sistema democrático con los militares del Pentágono, que solo lo querían para fines militares puros y duros, según la investigación de Yasha Levine.
Con el tiempo, después de sus primeros pasos, Internet fue dejado a privados y de esto derivó la creación de compañías de Silicon Valley, como Microsoft, Apple, Amazon, Facebook y Google, entre otras, dedicadas a comerciar con la tecnología informática y la enorme base de datos que se ha creado con el aumento exponencial de sus usuarios en red, como si fuesen un ejército de hormigas que se diseminan por todos los espacios que tienen por delante hasta los últimos recónditos.
Con el tiempo, después de sus primeros pasos, Internet fue dejado a privados y de esto derivó la creación de compañías de Silicon Valley, como Microsoft, Apple, Amazon, Facebook y Google, entre otras, dedicadas a comerciar con la tecnología informática y la enorme base de datos que se ha creado con el aumento exponencial de sus usuarios en red, como si fuesen un ejército de hormigas que se diseminan por todos los espacios que tienen por delante hasta los últimos recónditos.
La historia es conocida porque los gigantes de Silicon Valley se volvieron una industria 2.0, atractiva para la especulación en Wall Street, mientras continuaron en proyectos militares con el Pentágono y financiaron, en gran medida, la presidencia de Barack Obama, de tal forma que se erigieron como uno de los grupos de donantes más activos en la política de Estados Unidos hasta que la irrupción de Donald Trump cambió por completo la ecuación política interna del país, dejándolos en una posición de debilidad por ser la plataforma ideal para distribuir el mensaje del magnate inmobiliario.
Origen y futuro de una nueva ola de censura global
Origen y futuro de una nueva ola de censura global
La reacción inmediata del establishment, que apoyó a Hillary Clinton, fue atribuir la victoria de Trump a una “campaña de noticias falsas difundidas por las redes sociales gracias a la interferencia rusa en las elecciones estadounidenses”, dado el origen de Trump en un movimiento de nacionalismo de ultraderecha de carácter global con posiciones favorables a un acercamiento con Moscú en la política exterior de Washington.
La primera corporación de Silicon Valley que fue presionada para tomar cartas en el asunto fue Google, que armó un grupo de censores disfrazados de expertos para sacar de línea a las campañas de noticias falsas creadas en el exterior. Así, por ejemplo, fue que recientemente Google sacó de sus plataformas al canal iraní HispanTV, y eliminó 8 millones de videos en YouTube, de acuerdo al columnista de Rolling Stones, Matt Taibbi.
Después, la temperatura subió aún más cuando explotó el escándalo de Cambridge Analytica, que reveló la venta de datos por parte de Facebook para desarrollar una campaña de Big Data a favor de Donald Trump. Las consecuencias para la corporación de Mark Zuckerberg fueron devastadoras cuando tuvo que ir en persona a la Comisión de Comercio, Ciencia y Energía del Congreso estadounidense a decir que el hecho no se repetiría.
En la misma línea, ejecutivos de Facebook, Twitter y Google fueron interpelados en la Comisión de Justicia del Congreso, donde Clint Watts, ex agente del FBI y miembro de la Alianza para la Seguridad de la Democracia, afirmó que: “La guerra civil de Estados Unidos contra sí misma ya comenzó por lo que debemos actuar ahora en el campo de batalla de las redes sociales para sofocar las rebeliones de información, que pueden llevarnos fácilmente a confrontaciones violentas y transformarnos en los Estados Desunidos de América”.
Senadores como Chris Murphy señalaron que la “supervivencia de la democracia estadounidense depende de la capacidad de sacar en línea la campaña de mentiras contra su nación”, desde un Congreso ampliamente financiado por la industria armamentística interesada en que se mantenga en agenda la “amenaza rusa” para vender más armas a naciones de Europa, según el general Richard Cody, vicepresidente de la L-3 Communications, séptima contratista militar del país.
Senadores como Chris Murphy señalaron que la “supervivencia de la democracia estadounidense depende de la capacidad de sacar en línea la campaña de mentiras contra su nación”, desde un Congreso ampliamente financiado por la industria armamentística interesada en que se mantenga en agenda la “amenaza rusa” para vender más armas a naciones de Europa, según el general Richard Cody, vicepresidente de la L-3 Communications, séptima contratista militar del país.
Bajo estas presiones, Mark Zuckemberg firmó un acuerdo con el Atlantic Council’s Digital Forensic Research Lab (DFR Lab) para “identificar, exponer y explicar la desinformación durante las elecciones en todo el mundo, aparte de determinar quienes diseminan información falsa por parte de actores estatales hostiles que promueven contenido divisorio y ataques a informes basados en hechos e investigaciones”. Es decir: Facebook contrató a un grupo para que se encargara de censura, ya no a nivel interno de Estados Unidos, sino a nivel global.
Pero no a cualquier censor sino a una dependencia del tanque de pensamiento Atlantic Council, financiado por bancos como Goldman Sachs, industrias armamentísticas como Lockeed Martin y petroleras como ConocoPhillips. No por nada al Atlantic Council se le denomina el tanque de pensamiento de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) por su compenetración con los sectores más afines al mundo de la guerra en Washington durante los años de las administraciones Reagan, Clinton, Bush y Obama.
En sus primeros días, este laboratorio sacó de línea a las páginas de Facebook de 32 cuentas por estar supuestamente involucradas en una “interferencia rusa”. Además de éstas, por estos días fueron eliminadas de la red social las cuentas de Telesur, Venezuela Analysis, y políticos antiguerreristas como Ron Paul, mientras que Twitter hizo lo mismo con el escritor de la misma tendencia política, Peter Van Buren, de AntiWar, y el periodista Scoot Horton, contrario a la visión del sistema dominante de medios en Estados Unidos.
Quizás el caso de censura más sonado fue cuando, hace unas semanas, YouTube, Spotify, Facebook y Apple borraron las cuentas y los contenidos difundidos por Alex Jones de InfoWar, un locutor alineado con el movimiento de derecha alternativa que apoya a Donald Trump. Por su parte, el presidente de Estados Unidos, inmediatamente, atacó a Google y Facebook por “suprimir voces conservadoras favorables a su gobierno, a cambio de posicionar a los Medios de Noticias Falsas”, en un movimiento que calificó como peligroso.
Su ex asesor de Seguridad Nacional y cofundador de Cambridge Analytica, Steve Bannon, fue aún más allá cuando pidió a través de CNN regular, o nacionalizar, las corporaciones de Big Data a través de una junta de control independiente, porque no “puede ser que sean las únicas propietarias de tamaño cúmulo de información”.
Según Bannon, además, se “tienen que dividir como Teddy Roosevelt disolvió las grandes corporaciones”, en referencia a las leyes antimonopólicas sancionadas a principios del siglo XX para partir en varias compañías a gigantes como la Standard Oil.
El lenguaje de la censura y sus consecuencias
En ese sentido, Silicon Valley vive de comerciar y financiarizar en Wall Street la enorme base de datos que almacena. Solo Facebook, por ejemplo, concentra 50 millones de horas de uso diarias por parte de un cuarto de la población global, y posee cuatro de las cinco aplicaciones más utilizadas en los celulares del mundo (Instagram, WhatsApp, Facebook y Messenger), mientras que en Google se realiza el 92% de las búsquedas que se hacen en Internet, lo que les da un importante poder de influencia, además, en la distribución de contenidos informativos, culturales y de entretenimiento.
Sin embargo, también sucede que a gigantes como Facebook les implica un “enorme costo logístico controlar el contenido de una empresa con 2.23 mil millones de usuarios”, de acuerdo al periodista estadounidense Matt Taibbi. Uno de los casos que demuestran esto fue el “proceso técnico extraordinariamente complicado” que se hizo para sacar fuera de línea de la red social a algunos videos pornográficos y de decapitaciones.
Por lo que tiene total sentido que las compañías de Silicon Valley otorguen la facultad de censura a grupos de tareas, ampliamente involucrados en el complejo militar, industrial y financiero, a cambio de que los dejen continuar con el comercio de datos. Un hecho que simboliza a la perfección la tensión entre los utópicos de Sillicon Valley, ahora reconvertidos en magnates de la tecnología, y quienes financiaron el nacimiento de Internet a través del Pentágono, ambos todavía relacionados en proyectos militares en común.
La periodista australiana Caitlin Johnstone, por otro lado, atribuye esta ofensiva del complejo militar-industrial-financiero a “que la confianza en los medios concentrados está en su punto más bajo, por lo que se apunta a controlar las ideas y la información no autorizada que se comparte en la red a través de sus usuarios”. Lo que demuestra una paulatina pérdida de credibilidad de la narrativa dominante en Internet, mientras surgen puntos de vista alternativos que deben ser sacados en línea o desacreditados.
En esta sintonía, la búsqueda de aumentar el control de los puntos de vista alternativos, aún cuando evidencian la fractura en el establisment mundial, son una clara evidencia de que el cúmulo de ideas globalizadoras del poder dominante, en auge posterior a la caída de la Unión Soviética, se encuentran en una fase tal que deben ser impuestas a como dé lugar a quienes descreen de ellas y pululan por Internet.
En ese sentido, que Internet vuelva a su espíritu originario de proyecto de control, sin que actores alternativos puedan usar sus herramientas de Big Data, implica que el complejo militar, industrial y financiero apunta a esquemas de control y dominación mucho más peligrosos, donde para recuperar el terreno perdido está dispuesto a desechar la fachada más new age, desarrollista y atractiva que construyó como utopía de mercado: Silicon Valley.
Esto no se entiende tampoco sin tomar en cuenta la invitación de Bannon a regresar a un capitalismo del siglo XX, en pos de recuperar la nación estadounidense, como una muestra de la tensión en la que se da este sacrificio.
Quizás poniendo en entredicho aquella máxima de Antonio Gramsci: “Una verdadera crisis histórica ocurre cuando hay algo que está muriendo pero no termina de morir y al mismo tiempo hay algo que está naciendo pero tampoco termina de nacer”.
En ese contexto, ¿qué será lo que está naciendo en Internet que no haya nacido?