F .: agosto 2018

Israel, régimen criminal de Apartheid, contra niños Palestinos | ÁLBUM DE FOTOS





¡Palestina Libre! 

Israel oficializa su versión del “apartheid”

PROCESO.COM.MX | POR TÉMORIS GRECKO , 5 AGOSTO, 2018

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Ni siquiera en 1948, cuando se fundó, el Estado de Israel había mostrado tan claramente su rostro fascista como el jueves 19, cuando se aprobó la Ley del Estado-Nación, que elimina la igualdad étnica, religiosa y lingüística –existente en la letra de sus preceptos básicos–, indispensable para permitir la convivencia con los musulmanes y cristianos, a quienes de plano se les niega el derecho a la autodeterminación. Para algunos se trata nada más que de la oficialización de una situación de hecho; para otros es la renuncia definitiva de ese país a ser una democracia.

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CIPER | OPINIÓN | Las lecciones del “Marx economista” para la crisis actual | Por José Miguel Ahumada 27.08.2018


TEMAS: CapitalismoEconomía



El bicentenario del nacimiento de Karl Marx ha generado un prolífico debate en distintos idiomas y contextos sobre la vigencia de sus ideas. A partir de una revisión de la literatura política y económica más reciente, el autor de esta columna describe aquí las características que a su juicio presenta la actual crisis del capitalismo, explica cómo ella está afectando la esencia de la democracia y detalla qué aspectos del análisis de Marx pueden ser útiles para determinar qué está pasando y para pensar en vías para salir del atolladero.
Durante los últimos 60 años ha sido difícil dialogar con el Marx que teorizaba sobre el orden económico (el “Marx economista” lo denominaremos por cuestiones prácticas). En las décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, la fuerza de la socialdemocracia hizo parecer que el capitalismo era más flexible de lo que Marx sostenía con sus “leyes de desarrollo capitalista” (que vaticinaban un estancamiento económico y una profunda desigualdad de riquezas entre capital y trabajo), y este sistema podía ofrecer crecimiento económico junto con mejorar las condiciones de vida de la población bajo un nuevo contrato fordista keynesiano.
Los ochenta y noventa tampoco fueron buenos años para dialogar con el Marx de El Capital. La caída de la URSS, la bancarrota de la socialdemocracia, el Consenso de Washington y el emergente “capitalismo desatado” dieron pie a un exitismo tal que se llegó a afirmar que la historia había llegado a su fin. Con la derrota de las alternativas políticas, la reflexión del Marx economista sobre las contradicciones, paradojas y límites estructurales de un capitalismo que se expandía globalmente, parecía completamente errada.
LA GRAN DESILUSIÓN
Sin embargo, luego de casi tres décadas de dominio, en que el capitalismo logró configurar la economía a imagen y semejanza de su propia utopía, el optimismo liberal parece estar dando paso a una gran desilusión.
*Línea negra: crecimiento tendencial (línea moving-average 5).
Luego de la crisis de 2008 y tras una década de estancamiento económico en el mundo desarrollado (ver gráfico 1) las preguntas que se hace la academia giran menos en torno a cuán exitoso ha sido este orden y más hacia por qué el liberalismo ha fracasado en asegurar la democracia y la estabilidad (ver, entre los libros más recientes Why Liberalism Failed de Patrick Deneen, 2018 y Can Democracy Survive Global Capitalism? de Robert Kuttner, 2018).
Ese nuevo pesimismo debe contrastarse con lo que fue la promesa del capital en los noventa: que el capitalismo no solo activaría las fuerzas del emprendimiento -y así proveer un progreso permanente-, sino que podía descentralizar el poder y hacer de base material para una democracia sólida. El capitalismo lograría eso a través de la liberalización comercial y financiera, la privatización de los sectores estratégicos de la economía, la flexibilización del mercado laboral y la creación de un armazón jurídico institucional que protegiera las rentas de las inversiones. Dicho brevemente, una democracia estable y próspera sería posible si el mercado, bajo sus principios, determinaba la producción económica.
Pues bien, es precisamente esa promesa la que hoy está en bancarrota.
Junto con el mencionado estancamiento económico secular, desde los ‘70 el mundo desarrollado observa cómo se ha quebrado el antiguo vínculo entre aumento de productividad e incremento salarial (típico al periodo de consenso socialdemócrata, ver Gráfico 2).
Mientras, el mercado laboral comienza a mostrar un tipo de relación que el mundo desarrollado no veía desde el siglo XIX: trabajos sin contrato, hora cero, de corto plazo y bajos salarios, lo que el sociólogo inglés Guy Standing, denominó como el naciente precariado.
No debe sorprendernos que en ese contexto las repúblicas entren hoy en crisis: su principio legitimador de igualdad ciudadana entró en choque con la precariedad laboral y desigualdad de ingresos generado por el mismo orden económico. Como en los años de la década 1930, ante el declive de la democracia, comienza a emerger una disputa entre tres proyectos políticos: el populismo conservador (en EEUU y UK); una alternativa democrática-socialista (Evo Morales en Bolivia, movimientos desde el nuevo laborismo de Corbyn, Podemos de España, o el movimiento detrás de Bernie Sanders en Estados Unidos) y la tecnocracia liberal en decadencia que intenta aún sostener el timón (la Alemania de Ángela Merkel).

PENSAR EL PRESENTE CON MARX

En ese contexto de fragilidad económica y política, ¿tiene Marx algo que decirnos para comprender el presente que nos toca?
Una de las novedades de Marx, en el contexto de las disputas políticas que le tocó afrontar, fue que comprendió que para desplegar una estrategia política efectiva para las clases trabajadoras no bastaba con una crítica moral al orden económico.
Es decir, no bastaba con apelar a algún principio universal de justicia para hacerle frente al nuevo contexto capitalista, como tampoco bastaba sabotear máquinas para afrontar la nueva sociedad industrial que emergía ante los ojos de las artesanos y nuevos proletarios. Lo que había que hacer era analizar pormenorizadamente las dinámicas económicas que desplegaban esas situaciones. De ahí su afán, y el de Engels, por el socialismo “científico” y su crítica a los socialistas “utópicos” (ver Clare Roberts, 2016).
Me parece que es urgente que sigamos ese mismo razonamiento. Al leer parte importante de la literatura económica que busca alternativas a la escuela dominante neoclásica, se aprecia que sus afirmaciones son insuficientes para comprender las causas profundas del actual encantamiento económico e inestabilidad política. En el caso de las causas de la crisisfinanciera, por ejemplo, estas se asocian al comportamiento irracional de ciertos especuladores y a una gran falla de mercado (grandes asimetrías de información, exuberancia irracional, riesgos morales, etc.); mientras que las causas del desastre medioambiental se vinculan a un antropocentrismo casi genético; y la creciente desigualdad, se relaciona con el impacto que han tenido las nuevas tecnologías sobre las estructuras laborales rígidas o las leyes abstractas (el famoso r>g de Piketty).
A pesar de ser parcialmente correctas, estas explicaciones no apuntan a las causas profundas de la crisis y, por tanto, son hipótesis que poco pueden aportar para pensar una estrategia política que intente solucionar los problemas. Es en la comprensión de las causas de nuestros problemas, donde Marx tiene mucho que aportarnos.
A diferencia del liberalismo dominante, Marx no consideraba que la expansión del mercado pudiera producir un área de libertad para los individuos y equilibrios económicos óptimos. Muy por el contrario, veía en el mercado capitalista una máquina que, movida por la compulsión de la competencia, forzaba a cada uno a tener que incrementar permanentemente su tasa de ganancia, no ya para superar otros, sino para meramente sobrevivir.
Marx veía en el mercado capitalista una máquina que, movida por la compulsión de la competencia, forzaba a cada uno a tener que incrementar permanentemente su tasa de ganancia, no ya para superar otros, sino para meramente sobrevivir.
Este aumento de la ganancia sucedía de diferentes formas, pero en último término tenía relación con la capacidad de apropiarse de la mayor cantidad del plusvalor que los trabajadores generaban en el proceso productivo. La ganancia era la expresión económica de la apropiación de dicho trabajo social.
Esta compulsión a apropiarse de mayor plusvalor lleva inscrito en el corazón mismo del sistema la compulsión a la innovación: a crear nuevos procesos productivos que aumentan la tasa de explotación por sobre el promedio (lo que Marx denominó la búsqueda de plusvalor extraordinario); a crear nuevos mercados y aprovechar las rentas de ser los primeros en explotarlos; a reducir costos o externalizarlos para aumentar ganancia y reducir incertidumbre; y a acelerar la valorización del capital (que el dinero pueda multiplicarse en la menor cantidad de tiempo y bajo los menores costos posibles).
Estas tendencias, endógenas al mercado capitalista, son al mismo tiempo causa de sus principales virtudes (desarrollo tecnológico, crecimiento, etc.) y fuente de sus principales contradicciones y paradojas.
En efecto, para mantener el capital circulando se requieren de ciertas premisas constantes. Siguiendo a Keynes, dos son particularmente importantes: (1) la necesidad de una inversión productiva permanente que sostenga la continua reproducción del capital y (2) una demanda que pueda ser fuente suficiente para la realización del valor, esto es, que pueda consumir lo producido.
Sin embargo, como señala Marx a lo largo de El Capital, el capital tiende endógenamente a minar dichos pilares.
Piense en la hoy denominada “financiarización” de la economía. Cuando el capital está desatado, esto es sin cortafuegos o restricciones impuestas desde afuera, ha tendido endógenamente a derivar en un circuito de acumulación financiera rentista, tal como lo observó Veblen y Keynes a principios del siglo XX y tal como lo vemos hoy.
La necesidad de valorizar el capital por sobre el promedio y reducir costos de producción, encontró un nuevo circuito de acumulación que quebró el vínculo del capital con inversiones productivas (tras las medidas de liberalización financiera desde los años noventa). Es lo que Marx denominó como “capital ficticio” y que se expresa en la actualidad en una ola de reinversión de utilidades de grandes empresas en la adquisición especulativa de sus propias acciones, de forma de incrementar las ganancias de corto plazo de sus accionistas en directa oposición a inversiones productivas de largo plazo, claves para un crecimiento sostenido (ver Mazzucato, 2018; Durand, 2017; Stiglitz, 2016).
Luego de haberse emancipado de las restricciones socialdemócratas del siglo XX, de minar el poder sindical y de aprovechar la disponibilidad de un nuevo proletariado precario en Asia, la compulsión capitalista hacia la competencia llevó a un aumento de la tasa de explotación de la fuerza de trabajo. Desde mediados de los ‘70 hasta hoy, mientras la productividad laboral ha continuado creciendo, los salarios se estancaron y aumentó la participación del capital en el total producido en desmedro del trabajo (algo ya estudiado hace un tiempo por los académicos de la desigualdad como Atkinson y el mismo Piketty).
Pero este capitalismo encierra un problema central: austeridad en el plano del salario, precariedad e inseguridad en el plano de la producción y rentismo financiero en el plano de la inversión, es una receta económica y política insostenible.
Para resolver la paradoja entre pagar bajos salarios y necesitar una demanda pujante que permitiera mantener el crecimiento, se recurrió a una nueva innovación: la expansión del endeudamiento (otro pilar de la financiarización”, ver Stockhammer, 2013).
Sin embargo, un crecimiento anclado en bases crediticias era frágil y espurio y no tardó en hacerse insostenible. La crisis de 2008, vista de esta manera, es el resultado natural del capitalismo desatado que precisamente Marx teorizó.
Pero, tal como nos recordaba Schumpeter y Marx, la crisis no solo destruye, sino que abre nuevas áreas creativas para la acumulación. El capital sale siempre de las crisis innovando, encontrando nuevas formas de conseguir una plusvalía extraordinaria.
En efecto, en relación a la crisis de los años 70, el capital ha salido de dicha crisis innovando en sus estructuras organizativas y productivas: apareció el “trabajo flexible”, la producción just-in-time, las empresas comienzan a deslocalizarse (llevando partes del proceso de producción a nuevas regiones con salarios más bajos), externalizando parte fundamental de la producción, desarticulando los sindicatos y aprovechando nuevos mercados y fuerza de trabajo mas precaria del Sur. Ya desde los noventa, junto con la innovación de información (internet), las empresas comenzaron devenir en grandes cadenas de valor globales, quizás por primera vez cumpliendo la profecía de Marx de un mercado capitalista universal.
De la misma forma, la crisis de 2008 también ha abierto la necesidad de los capitales de innovar para incrementar la producción y/o apropiación de plusvalor. Estas innovaciones no han sido solo vía las draconianas medidas de austeridad, sino también abriendo novedosas fuentes para acumular más plusvalor. Un ejemplo es la emergencia a partir de 2010, de las nuevas economías de plataforma y las economías gig, donde el capital ya no solo externaliza parte de la producción o de la fuerza de trabajo, sino que externaliza los propios medios de producción, los servicios, los costos de reparación al trabajador mismo, y solo se queda con una plataforma a partir del cual acumula, cual rentista ricardiano, un excedente por cada transacción que se realiza en su plataforma (ver Srnicek, 2017).
El nuevo capitalismo que se despliega luego de la crisis de 2008 posee una estructura contra intuitiva: el trabajador precario (sin derechos, contrato, salario mínimo) comienza a tener que asumir los costos de los propios medios de producción, mientras el capital comienza a acumular en forma pre-capitalista (cobrando rentas sobre su territorio digital, cual señor feudal sobre el siervo), para reinvertir en forma ficticia e improductiva (privilegiando las rentas financieras sobre la producción), tal como lo hacían sus pares feudales.
Pero este capitalismo encierra un problema central: austeridad en el plano del salario,  precariedad e inseguridad en el plano de la producción y rentismo financiero en el plano de la inversión, es una receta económica y política insostenible.
El nuevo capitalismo posee una estructura contra intuitiva: el trabajador precario (sin derechos, contrato, salario mínimo) tiene que asumir los costos de los propios medios de producción, mientras el capital acumula a través de cobrar rentas sobre su territorio digital, para reinvertir en forma ficticia e improductiva, privilegiando las rentas financieras sobre la producción.
Karl Polanyi fue de los primeros en observar cómo las medidas de austeridad pos-crisis de 1929, junto con la incapacidad de los gobiernos de tomar medidas activas en proteger a la población de la intemperie social en que habían caído (lo que luego de la Segunda Guerra Mundial sería el Estado de Bienestar), abrió la puerta a alternativas como el fascismo y el nazismo que minaron lo avanzado en derechos civiles y políticos en Europa.
La situación actual tiene una cierta semejanza con lo descrito por Polanyi, en tanto, comenzamos a ver la emergencia de alternativas políticas que ponen en jaque lo poco que se ha acumulado hasta ahora en conquistas democráticas, en derechos civiles y hasta en mínimos derechos sociales (fascismo en Europa, Trump, etc.).
La lección del Marx economista hoy es, por tanto, que las inestabilidades y tensiones que vivimos tienen una causa de carácter estructural: la compulsión de la competencia que mueve a los capitalistas a aumentar la tasa de explotación, a expandir sus áreas de mercantilización y a someterse a las dinámicas especulativas. Pero esta compulsión no es un dato de la naturaleza sino que, como recalcó Marx, es el resultado de un específico orden económico-institucional donde los principales recursos productivos y de circulación son propiedad privada de capitalistas (fábricas, entorno natural, conocimiento, plataforma) y el mercado determina la forma en cómo producimos riqueza.
Superar los males que hoy presenciamos directamente implica, de este modo, una radical reformulación de los pilares claves del orden económico-institucional contemporáneo.
Ese llamado de Marx, así visto, nos lleva a un resultado paradójico pero clave: la única forma de mantener el orden, de restablecer la república democrática y de cumplir con las promesas de la ilustración y la modernidad (libertad, igualdad y fraternidad), es superando dicha estructura de inestabilidades y cortoplacismos movidos por la acumulación de capital. La estabilidad, el orden y la democracia solo se sostendrán con una transformación radical en el plano material.
Tomado de:  CIPERCHILE

El Huevo de la Serpiente | Un film de Ingmar Bergman (1977)



El Huevo de la Serpiente

El Huevo de la Serpiente (título original: Das Schlangenei/ Ormens ägg) es una película dirigida por Ingmar Bergman en 1977 y ambientada en el Berlín de los años 20.

"Toda construcción política es, antes que nada y fundamentalmente, una construcción cultural. Para que un proyecto político pueda aplicarse en la realidad, primero es necesario que las premisas básicas de ese proyecto estén ya instaladas como verdades en la mal llamada “opinión pública”, que es simplemente el sentido común.

Un ejemplo clásico de lo que anteriormente expresado es la construcción del nazifascismo en Alemania a principios del siglo pasado. Si bien lo visible de aquello es el rol de Hitler en la II Guerra Mundial, lo cierto es que la construcción del proyecto político nazi empieza unas dos décadas antes de 1939 con la instalación de los postulados nazis en el sentido común del pueblo alemán.



Muchos años después de la derrota de los nazis a manos del Ejército Rojo, se popularizó en la cultura la expresión “el huevo de la serpiente”, figura presente en una película de Ingmar Bergman estrenada en 1977. En el film, Bergman caracteriza la Alemania de los años 1920, en la que ya se delineaban los elementos básicos de lo que más tarde sería el totalitarismo nazi: humillación de Alemania al concluir la I Guerra Mundial en 1918/1919, un Tratado de Versalles que le imponía al pueblo alemán reparaciones de guerra impagables, todas las implicaciones económicas de eso, espantosas para los alemanes, que tenían hambre, y la constante provocación de los franceses, que no perdían la oportunidad de ofender y de mofarse del nacionalismo alemán con el recuerdo de su rendición incondicional. Todo eso está en la base de la prédica nacionalsocialista de Hitler, del “Deutschland über alles” o “Alemania por encima de todos” con el que los nazis lograron instalar ―mediante el voto popular, no debemos olvidar― su proyecto político de muerte y destrucción.




Allí estaba el huevo de la serpiente y, como diría Bergman a través de su personaje el Dr. Vergerus, “Cualquiera puede ver el futuro, es como un huevo de serpiente. A través de la fina membrana se puede distinguir un reptil ya formado”. Ya a partir de 1919 cualquiera podía ver lo que se estaba gestando en Alemania y finalmente fue, pero el sentido común no suele ser capaz de poner a contraluz el huevo de la serpiente para ver que allí hay un reptil."

 Erico Valadares:  El huevo de la serpiente (que no vemos)

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“No os regocijéis en su derrota. Por más que el mundo se mantuvo en pie y paró al bastardo, la perra de la que nació está en celo otra vez.”

Bertolt Bretch

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“Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,
guardé silencio, porque yo no era comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata,
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté, porque yo no era sindicalista,
Cuando vinieron a llevarse a los judíos,
no protesté, porque yo no era judío,
Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar.”

Martín Niemöller

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La Franja y la Ruta:Oportunidad para América Latina y búsqueda de un desarrollo sostenible | Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Changzhou, Esteban Zottele, Wei Qian





Resumen:

La iniciativa de la Franja y la Ruta (一带一路 en chino, OBOR por sus siglas en inglés) genera en China, como en otros países, mucha atención sobre su desarrollo. La Franja y la Ruta es un producto de herencia y extensión de la Ruta de la Seda antigua, que a través del desarrollo y los cambios de los tiempos adquirió un nuevo significado. Es una iniciativa que no sólo se centra en la economía, sino también en una mayor comunicación e intercambio, reflejados en todos los aspectos; tales como la política, la economía y la cultura.

El presente trabaja analiza este magno proyecto desde una perspectiva histórica, para atender a los cuestionamientos sobre la posible inclusión de América Latina al mismo.  En este sentido, los autores puntualizan algunos de los factores que se deberán tener en cuenta para la sustentabilidad de los intercambios y para generar una mejora en la calidad de vida de los pueblos involucrados en esta iniciativa.

Palabras Clave: La Franja y la Ruta, América Latina, Ruta de la Seda, Perspectiva histórica, Calidad de vida de los pueblos.





La gran apuesta comercial de China: La “Ruta de la Seda” y Panamá | Rebelión, Oscar René Vargas 02-12-2017





Actualmente China posee el producto interno bruto (PIB) más alto a nivel mundial, en términos de paridad de compra en el ranking del World Factbook de la Agencia Central de Inteligencia (CIA). Se proyecta que, en términos de PIB nominal, China desbancará alrededor del 2020 tanto a la Unión Europea como a Estados Unidos, respectivamente, del primer y segundo sitiales. China ostenta hoy las mayores reservas de divisas, con US$ 3.1 millones de millones de dólares, frente a US$ 774 mil 900 millones de la Unión Europea (cuatro veces menos) y US$ 117 mil 300 millones de Estados Unidos (26 veces menos).

El presidente chino, Xi Jinping, está empeñado en recuperar la Ruta de la Seda como corredor económico entre Oriente y Occidente y la ha convertido en su gran apuesta estratégica. China cuenta con la red ferroviaria más extensa del mundo, 112 000 kilómetros, de los que más de 20 000 kilómetros son de alta velocidad. De aquí a 2025 todavía prevé 15 000 kilómetros más de alta velocidad.

La Ruta de la Seda, es una red gigantesca de rutas marítimas y terrestres creada con el nombre de “Un cinturón, una carretera”. La iniciativa implica inversiones, financiaciones, acuerdos comerciales y decenas de Zonas Económicas Especiales (ZEE) por valor de US$ 900 000 millones de dólares. En total China quiere invertir no menos de US$ 4 000 000 millones de dólares en 64 países.

Su proyecto es el símbolo de la nueva “diplomacia de seducción” desplegada por Pekín para ganarse a sus vecinos y asentar el país como uno de los grandes actores globales, si no el principal. Al igual que Estados Unidos consolidó su influencia económica sobre Europa con el denominado Plan Marshall, creado para favorecer la reconstrucción de los países destruidos durante la Segunda Guerra Mundial, Pekín pretende levantar una amplia red de transportes de personas y mercancías, de conducciones de gas y petróleo, y de cableado tecnológico para exportar su pujanza económica por los confines de Asia. Europa, África y América Latina.

China crece rápidamente como el imperio comercial más extenso del mundo. Baste la comparación con el Plan Marshall de US$ 800 mil millones de dólares (a valor presente) de Estados Unidos, frente a las inversiones de China, que ya invirtió US$ 300 mil millones de dólares y planea invertir un millón de millones dólares más en la próxima década, cuando China sola ha concedido más créditos a los países en vías de desarrollo que el Banco Mundial.

El proyecto denominado “Un cinturón, una ruta”, tiene un componente terrestre, otro marítimo y otro oceánico. Las ZEE son guarniciones comerciales en las cadenas de aprovisionamiento internacionales gracias a las cuales China puede proteger su comercio sin cargar con la sumisión colonial. Dentro de ese concepto hay que analizar el tratado entre Panamá y China.

En su estrategia de crecimiento de China, Europa juega un papel fundamental tanto como mercado para los productos chinos como para la adquisición de alta tecnología y la cooperación en temas prioritarios como el medioambiente. De ahí, que la nueva Ruta de la Seda terrestre se componga de dos brazos principales con multitud de terminales y vías adyacentes.

El primero, basado en el camino de las antiguas caravanas de camellos y aún sin un trazado definitivo, es el más conflictivo porque atraviesa zonas de marcada inestabilidad en Asia Central y Oriente Próximo. Frenan esta ruta terrestre las guerras en Afganistán y Siria; la pobreza, la desconfianza y la ausencia casi total de infraestructuras en algunos de esos países, como Kirguizistán y Tayikistán.

China logró en diciembre 2015 unir por alta velocidad Pekín con la capital de su provincia más occidental Urumqui (Xinjiang). El proyecto ferroviario que China acaricia uniría Urumqi (China) con Sofía (Bulgaria), a través de Kirguizistán, Tayikistán, Uzbekistán, Turkmenistán, Irán y Turquía. La táctica para que esos países permitan el tendido de las vías y la construcción de carreteras y tuberías es el desembolso de miles de millones de dólares en cada uno de ellos para la financiación de diversos proyectos.

El segundo brazo, a través de Rusia y Kazajstán, ya está operativo aunque precisa una modernización. En la actualidad, hay trenes regulares de pasajeros y mercancías entre Pekín y Moscú que tardan seis días y medio en completar el recorrido, pero China ya ha puesto sobre la mesa US$ 6 000 millones de dólares para la construcción del ferrocarril de alta velocidad Moscú-Kazán, una obra de US$ 24 000 millones de dólares que posteriormente unirá la capital rusa con China a través de Kazajstán, lo que permitirá reducir a solamente a 33 horas la duración del viaje Moscú-Pekín.

La iniciativa “Un cinturón, una ruta”, incorpora, también, la dimensión marítima. Al igual que la Ruta de la Seda terrestre, la marítima tiene también varios brazos principales con multitud de ramales adyacentes. Parten de la provincia suroriental de Fujian, surcan el mar del Sur de China, se adentran en el Índico y al llegar al Cuerno de África, uno de ellos se dirige hacia el norte a través del mar Rojo y el Mediterráneo hasta alcanzar Venecia (Italia), y el otro boga hacia Dar es Salaam (Tanzania) y la costa suroriental de África. El tercer brazo es hacia América Latina.

Con el convenio de Estado a Estado entre Panamá y China, firmado el 17 de noviembre de 2017, Panamá se adhiere a la iniciativa china de la Ruta de la Seda y la iniciativa marítima de la Ruta de la Seda del siglo XXI (Acuerdo 14 del convenio) y se transforma en el tercer brazo marítimo de la iniciativa “Un cinturón, una ruta”.

A mi criterio, al recibir Panamá el estatus de “Nación Más Favorecida” de parte de China, anula la posibilidad de la construcción de canal interoceánico por Nicaragua, ya que se establece la posibilidad, que en el futuro, se financie grandes proyectos de infraestructura: ¿la cuarta esclusa del canal de Panamá?. El Tratado Ortega-Wang se parece al Tratado Chamorro-Bryan en que sirve solamente para tener la patente de construir un canal para que nadie más lo pueda hacer.

La Ruta de la Seda marítima puede dar un empujón definitivo al desarrollo de África. Desde principios de esta década, China es el principal socio comercial del continente negro, China quiere duplicar el volumen de negocio para 2020. En el año 2015 las inversiones del gigante asiático en África se acercaron a los US$ 25 000 millones de dólares. Más de 2 000 empresas chinas están presentes en distintos países en sectores como la minería, recursos naturales, infraestructuras, construcción, agricultura, textiles y otros productos manufacturados.

La Ruta de la Seda marítima pretende la creación de grandes infraestructuras portuarias que, según un informe del Pentágono, no solo servirían a objetivos comerciales sino que su fin último sería apoyar la ambición china de convertirse en una potencia naval.

Uno de los grandes anclajes de la ruta terrestre de la política “Un cinturón, una ruta” es Pakistán. Está previsto que su territorio sirva para unir las rutas marítima y terrestre a través de una vía férrea que cruzará Pakistán desde el puerto de Gwadar, en el extremo suroccidental, al extremo nororiental, para enlazar con la red ferroviaria china.

China parece haber encontrado en la Ruta de Seda su piedra filosofal. Si en 2013 el presidente Xi Jinping sorprendió a propios y extraños con el proyecto de revitalizar la antigua ruta de las caravanas de camellos, cuatro años después no solo planea unir China y Europa por una amplia red de trenes, automóviles y barcos -en la que se integren Asia Central, Oriente Próximo, el Sureste Asiático y África oriental-, sino también América Latina.

China ha pasado de tener un papel secundario a ser un actor fundamental para comprender las dinámicas económicas y comerciales de la región latinoamericana. En el 2010 las inversiones chinas en América Latina ascendían a US$ 31,720 millones de dólares. Al cierre del año 2016, las inversiones chinas ascendieron a US$ 113,662 millones de dólares. Lo que nos da un incremento de US$ 81,942 millones de dólares.

A finales del 2016, las inversiones chinas se concentraron en tres países: Brasil (US$ 54,849 millones de dólares), Perú (US$ 12,372 millones de dólares) y Argentina (US$ 10,587 millones de dólares). Estos tres países representan el 71 por ciento de las inversiones chinas en América Latina.

En América Latina, la propuesta China es de construir una línea de ferrocarril que una los océanos Atlántico y Pacífico a través de Brasil y Perú, lo que revela la intención china de convertirse en el primer socio comercial de Latinoamérica, así como su aspiración a potencia global. Los intercambios comerciales entre China y América Latina se han multiplicado por 22 en la última década, y las enormes inversiones de Pekín auguran que seguirán creciendo.
El tren previsto unirá el puerto brasileño de Açu (315 kilómetros al norte de Río de Janeiro, que está en plena fase de expansión para convertirse en el tercero más grande del mundo y primero de América Latina) con el puerto peruano de Ilo (a 1,200 kilómetro al sur de Lima).
Esta Ruta de la Seda transoceánica acortará sensiblemente el tiempo de los intercambios comerciales. Ahora los productos suramericanos tienen que viajar hasta el Canal de Panamá y desde allí aún les falta navegar unos 30 días hasta alcanzar el puerto de Tianjin (al sur de Pekín).

El impulso a las relaciones económicas China-América Latina fue tan brutal que se convirtió en el segundo socio comercial, con US$ 263.600 millones de dólares en 2014. Esto significa que ha desplazado a la Unión Europea y solo está por detrás de Estados Unidos.

Entre 2005 y 2013 China ha otorgado US$ 102.000 millones de dólares en préstamos a la región latinoamericana, Pekín ha encontrado en América Latina el marco adecuado para su diplomacia de seducción: 600 millones de habitantes y una potente clase media que representan un importante mercado tanto para sus productos de bajo precio como para su industria tecnológica. El proyecto emprendido por Xi Jinping para revitalizar la antigua Ruta de la Seda ha encendido todas las alarmas en Washington.

La nueva Ruta de la Seda juega, también, un papel fundamental en el matrimonio de conveniencia de China y Rusia. “Si China consigue conectar su pujante industria con el corazón terrestre de Eurasia, de vastos recursos naturales, entonces es posible que, como predijo en 1904 [el geógrafo británico] Halford Mackinder, ’un imperio de alcance mundial esté a la vista’”, alerta el historiador de la Universidad de Wisconsin-Madison (Estados Unidos) Alfred McCoy.

“La mejor victoria es vencer sin combatir y esa es la distinción entre el hombre prudente y el ignorante”, señala Sun Zi en su libro El arte de Guerra, cuya filosofía gobierna las relaciones exteriores de China.


Oscar René Vargas, economista nicaragüense, autor de numerosos estudios sobre la realidad política y económica de América Central. 

Fuente:  A l'encontre



La Gran Conexión y la Ruta de la Seda (I) | La Estrella de Panamá, Marco A. Gandásegui, Hijo, noviembre 23 de 2017


Vamos a presentar cada uno de los acuerdos para su mejor comprensión. Lo haremos en dos entregas.




En Panamá no hay partidos políticos. Tampoco hay organizaciones que invitan al debate permanente y sistemático sobre el acontecer nacional. El presidente Juan C. Varela realizó un viaje a China Popular donde comprometió al país (y a toda su población) a desarrollar 19 acuerdos financieros con su contraparte asiática. Los medios de comunicación, en vez de analizar uno por uno los acuerdos, destacaron el hecho de que entre los miembros de la delegación presidencial se encontraba el dirigente obrero Genaro López (secretario general del FAD). También enfatizaron la selección que hizo el presidente Varela de los más conspicuos miembros de la elite económica y social del país para acompañarlo.
Vamos a presentar cada uno de los acuerdos para su mejor comprensión. Lo haremos en dos entregas. Esta es la primera, la próxima semana continuaremos con la segunda. En esta entrega analizaremos los diez primeros acuerdos publicados. Estos acuerdos se concentran en las actividades que realizarán los inversionistas chinos en Panamá para preparar su expansión por la región. Construirán toda la infraestructura necesaria e invertirán enormes cantidades de capital para promover su penetración en las economías de la región.
Los chinos tienen muy claros sus objetivos que sintetizan en la Ruta de la Seda. Panamá será su instrumento clave en el desarrollo de esta estrategia. China no está apostando solo a extraer metales preciosos y alimentos del suelo de Nuestra América. Viene con mucha energía para conquistar el mercado de la alta tecnología.
Los acuerdos reflejan el plan concebido en Pekín. Parecen haber sido redactados en chino y después traducidos al español. Además, los acuerdos solo se refieren a lo que China hará en Panamá. Todo indica que Panamá jugará un papel pasivo, que en la historia del país ha terminado en tragedias y catástrofes.
Analicemos cada uno de los acuerdos. Lo podemos hacer partiendo de un criterio de ‘importancia' o seguir un orden cuantitativo del tamaño de las inversiones. Optamos por seguir el mismo orden en que los acuerdos fueron publicados. El primero se refiere a un ‘entendimiento' para la ‘promoción del comercio e inversiones'. Pretende atraer las inversiones chinas hacia Panamá. Servirá de marco para canalizar las inversiones de capital chino hacia los sectores más estratégicos para la expansión china en América Latina.
El segundo acuerdo es entre el Banco de Desarrollo de China y el Ministerio de Economía Finanzas (MEF) que pretende agilizar las actividades financieras chinas en el país y en la región. El acuerdo menciona inversiones en infraestructura, desde puentes y puertos hasta centrales eléctricas. El tercer acuerdo, es entre el MEF y el Banco Chino de Importaciones y Exportaciones (EximBank). Según la redacción del acuerdo, el banco chino traería a Panamá una cartera con el equivalente de 200 mil millones de dólares. Hay que preguntarse si el monto es para proyectos en Panamá o para toda la región. Con ese capital se podrían ampliar aproximadamente unos 40 canales de Panamá. El cuarto acuerdo es un tratado de libre comercio. Mientras que los primeros tres acuerdos pueden tener alguna promesa, este sobre ‘libre comercio' es un mero saludo a la bandera para satisfacer los anhelos de algunos comerciantes deseosos de acumular más dinero sin crear empleos o puestos de trabajo.
El quinto acuerdo se refiere a la ‘cooperación en capacidad productiva e inversión'. En este renglón se destaca la construcción y la operación de infraestructura. La iniciativa contaría con una inversión inicial de 10 mil millones de dólares. El sexto acuerdo se refiere a medidas fitosanitarias para proteger a China de las exportaciones panameñas. El séptimo acuerdo se refiere a préstamos del EximBank a Etesa para el desarrollo de proyectos en el sector eléctrico de Panamá. Todos los fondos que recibe Etesa serían para ‘la compra directa o indirecta de productos y servicios chinos'.
El octavo acuerdo entre Panamá y China también se refiere al sector eléctrico y Etesa. Esta última empresa estatal panameña recibiría créditos del Banco de China. El noveno acuerdo es para aumentar la productividad en el sector agropecuario panameño pensando en las exportaciones a China. El acuerdo parece enfatizar el desarrollo de proyectos conjuntos, tanto de producción como de investigación. El décimo acuerdo no es muy claro al solo mencionar que una Comisión Mixta se creará para ‘examinará el alcance de los proyectos'.
En la próxima entrega se analizarán los acuerdos restantes, incluyendo el muy mencionado ‘tren bala'.

EL AUTOR ES PROFESOR DE SOCIOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD DE PANAMÁ E INVESTIGADOR ASOCIADO DEL CELA.